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DIÁLOGO EN EL MÁS ALLÁ, ENTRE PEDRO SANTANA FAMILIA,
ULISES HEUREAUX LEVEL Y RAFAEL LEÓNIDAS TRUJILLO MOLINA

PRIMER DIÁLOGO, DE CINCO, ENTRE ESTOS EX-PRESIDENTES  DE LA REPÚBLICA DOMINICANA

(ESTO NO ES UNA APOLOGÍA)

Pedro Santana, después de mirar para todos lados y pasarse la mano derecha por la cabeza, exclamó: —¡Carajo! la verdad es que mi familia tuvo que jodérsela para que la República Dominicana exista en el mapa de las naciones, y nunca quisimos ni perseguimos ningún agradecimiento; siempre entendimos que era un deber de nosotros. Mi padre, Capitán Pedro Santana, nunca se arrepintió de haberle cortado la cabeza de un tajo al tal Gral. Ferrand (De los Galos), después que éste, por impotencia y por no tener otra opción, se suicidara, al verse rodeado en el promontorio de PALO HINCADO, ubicado en el Seibo. Quienes tenían rodeadas a las maltrechas tropas francesas, eran los soldados criollos pro-España, tal vez de la quinta o sexta generación nacida aquí, y estaban comandados por el Gral. Juan Sánchez Ramírez. Estos fueron unos acontecimientos que la historiología dominicana conoce como LA RECONQUISTA.

 

El Gral. Sánchez Ramírez fue un hispanófilo empedernido, y mi querido Taita era su capitán ayudante; esos hechos ocurrieron en noviembre del año 1808.

El General Santana, después de coger un poco de aire, retomó nueva vez la conversación y con orgullo exclamó:

—¡Ahhh! y mi madre Petronila Familia, quien me parió cuando vivíamos en Hincha, tuvo que pujar mucho para yo venir a este mundo, y ella tampoco exigió nada al pueblo, ni al estado dominicano.

 

Ulises Heureaux Level (LILIS), se quedó pensando un poco antes de hablar sobre sus andanzas por las calles y el parque central de Puerto Plata, lugares que visitaba mucho con su madre de crianza, una francesa que se aplatanó en esta ciudad y era muy cercana a Don Tomás Paredes. (Estas personas fueron quienes ayudaron a la crianza y a la formación académica de Lilis).  Este, al final organizó sus ideas, diciendo: —Don Gral. Santana, usted y su familia hicieron lo que tenían que hacer, justo en el momento que le correspondió ejercer las diferentes funciones que desarrollaron a favor del pueblo dominicano. Escuché varias veces que explicaban en diferentes escenarios, que tal vez usted se excedió en algunos conflictos que le tocó participar y en algunas tomas de decisiones, pero la vida y la propia historia son así, los seres humanos siempre cometeremos aciertos y desaciertos. Yo crecí idolatrándolo a usted por su don de mando, por su autoridad, y lo más grandioso, por poner a los mesieses en su puesto; por crear lo que hoy es la República Dominicana. Pienso que, sin usted, esto no habría sido posible, y no quiero ´jartarlo´ de alabanzas, pero realmente fue así. Yo nací en Puerto Plata en el año 1845, es decir, un año después del inicio del grito de independencia que se da el 27 de febrero para la fundación de la república; después que usted y sus hombres salieran del Seibo hacia la Capital, y luego se fueran al Sur del país y le plantaran cara a los mesieses por primera vez, en Azua, el 19 aquel del tercer mes del año 1844.

 

Rafael Leónidas Trujillo Molina, después de mirar un poco hacia el horizonte, aparentemente recordándose de los Cerros de Hatillo y de la Casa de Caoba, en San Cristóbal, comenzó diciendo: —Bueno... Don Pedro, General de Generales. le escuché hablar tranquilamente y se me pusieron los pelos de punta, y a usted también Gral. Heureaux, le seguí sus palabras detenidamente.  Recuerdo a mi madre, Altagracia Julia Molina Chevalier, cosiendo una falda a todo vapor de una vecina que iba para un bautizo, allá en la casa de PIEDRA VIVA, donde vivíamos en San Cristóbal, y mientras ella pedaleaba su máquina, me conversaba a modo de charla histórica sobre las hazañas de ustedes a favor del país, de nuestra soberanía, de ese celo visceral por la seguridad de este pueblo dominicano, de ese sentido de protección a la patria, que otros demostraron, pero no quisieron asumir. Recuerdo que en una ocasión, ya siendo yo presidente de la república, realizaba un recorrido con mi Estado Mayor y algunos colaboradores, desde Sánchez de Samaná, pasando por Nagua, Cotuí, La Vega, Santiago y Puerto Plata; que luego de pasar el túnel de Altamira y continuar observando esa majestuosa y maravillosa obra de ese ferrocarril de transporte de personas y de cargas diversas que usted hizo, me convencí de que usted, Gral. Heureaux, creyó en el desarrollo y el avance social de este país. Su visión fue inconmensurable, definitivamente, esto fue una obra maestra de ingeniería de la época, y eso, que usted como presidente no tenía un sistema organizado, de las finanzas del país, como serían las colecturías de aduanas, los ingresos por explotación mineras, de rentas internas, ni un sistema bancario organizado, y no quiero seguir hablando de otras áreas donde hay recaudaciones de dinero. Trujillo sigue hablando mientras observaba los trajes impecables de sus acompañantes, y pensó en que a él le hubiese gustado nacer antes del año 1891, y pertenecer a la generación anterior, como por ej.: a la de su abuelo o tal vez a la de su padre; porque eran personas más sinceras, con más pundonor y, ¡uffff! nacionalistas como ellos solos, por eso usted, Don Pedro y Gral. Lilis, siempre tuvieron hombres leales, muy cercanos, no allantosos ni cuentistas como tuve yo unos que otros personajes.

 

General Santana —¡Carajo! ya está bueno para hablar pendejadas por hoy; total, me iré a casa y me tomaré un sorbo de café con chocolate amargo, para tener ánimo de seguir analizando el futuro del país y poder entender si sirvió para algo lo que nosotros hicimos.

 

General Lilis —De acuerdo, duerma bien.  Gral. Don Pedro, recordaré a Puerto Plata y me tomaré un trago de un licor francés, que también tiene sabor a chocolate y a café amargo; es uno de varios que me regaló la señorita MADEMOISELLE; ella me explicó que ese licor aumenta la libido y yo lo tomaba frecuentemente en pequeños tragos, por eso tal vez, la cantidad de hijos que engendré.  A usted también, generalísimo, pase buenas noches y gracias por pagar la deuda externa del país en el año 1947.

 

El General Trujillo, cuando se iba a despedir levantándose el sombrero con la mano izquierda, exclamó: —Par de titanes, buenas noches y gracias por darme la oportunidad de hablarles personalmente. Ya les conocía por referencias históricas y por sus obras, algunas tangibles y otras no. Luego seguiremos hablando, por ahora me iré a tomar un buen trago de coñac español, quizás de CARLOS I.

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